Como habitualmente, había preferido
dormir 5 minutos más a ir con tiempo de sobras en coche hasta la
estación. Nunca aprenderás...
Ya que el día anterior había hecho
sentir mal a alguien (merecidamente) de buena mañana, el señor
Karma decidió subir a mi coche de copiloto. Pensé que eran las
típicas alucinaciones del despertar, pero el muy jodido insistió en
quedarse allí, mirándome fijamente, con una sonrisa sádica que no
auguraba naaaada bueno.
Y “eso” nada bueno empezó al
minuto de arrancar el coche.
Situación: calle estrecha de un solo
carril. Sin exagerar, siete mil vados para realizar una parada de
carga y descarga y una furgoneta obstaculizando la vía (que diría
la DGT). Asociada a la furgoneta, una Barbie transportes
llevando cajas de una en una.
Me
paro, la miro con un interrogante luminoso en la cara (¿Tienes para
mucho?¿No había otro sitio?...). Me mira y me ignora. ¡Vaya, viva
la educación! Ni un gesto, ni un “perdona es sólo un minutito”.
NADA. Ojalá no encuentres a tu Ken ¡bruja!
Yo
misma reprimo las ganas de utilizar el pito por varias razones, a
saber:
a) Va
a tardar un segundito, ten paciencia, odias profundamente el sonido
del pito.
b) Si
pitas, tardará el doble sólo por joder. Esto es ley.
c) la
más importante ¿por qué este coche no tiene el puñetero pito
donde todos? Ahí, en el volante, a mano y cómodo para descargar la
ira... ¿qué malévolo diseñador decidió no ponerlo visible e
indicado con una señal luminosa? (si está usted indignado, pulse
AQUÍ).
Pues
eso, que para cuando encuentras el simbolito de la bocina, Miss
transportes ha terminado su tarea, se ha retocado el maquillaje en el
retrovisor, se ha probado 3 combinaciones de vestidos que venían en
la caja y ha arrancado la furgoneta.
Con
alegría :) arrancas, giras en la primera calle para dirigirte a esa
autovía que comunica con “La Ciudad” y te cambia la cara :( al
ver que hay un gran atasco en la única carretera que comunica “Mi
casa” con “ La Comarca” (donde se encuentra, por supuesto “La
Ciudad”).
Creo
que Frodo tardó menos en llegar a Mordor que yo al trabajo con la
autovía cortada. Y es que, por aquellas maravillas de la geología y
la planificación urbanística o de carreteras y caminos, mi pueblo
es como una isla comunicada con el resto del mundo a través de un
puente laaargo y propenso a los accidentes. Y en estos días de
atasco a gran escala, llega un momento en el que llegas tan tarde a
tu destino que ya no sabes si ir o volver. Pero te puede el orgullo
(y que si no vas no te pagan) y dices con lágrimas en los ojos: como
que me llamo ….......... -
escriba su nombre en la línea de puntos – que yo hoy
llego.
Y llegas. Con cara
de mala leche y con la espalda contracturada de agarrar el volante
muy fuerte por no desatar una crisis nerviosa colectiva con la bocina
(ahora que ya la tienes localizada). *
Y cuando digo que
llegas, es que llegas al pueblo que tiene tren. Porque claro, un
pueblo en la montaña que nadie sabe exactamente dónde está, sí
tiene estación, pero mi pueblo...¡mi pueblo no!
En fin que después
de todo esto, llegas por fin al trabajo y después de solventar tu
mayor urgencia (léase pipí), todo el mundo se dedica a preguntarte
por enésima vez “¿y desde tan lejos vienes cada día?¿Y
cuánto dices que tardas en llegar? Y tú te acuerdas de la
Barbie, del del pito, del diseñador y del mismísimo Sauron. Pero
como no te queda otra, pasas el día como puedes y, resignada,
vuelves a coger el tren, y del tren a casita, no sin antes pillar
otro bendito atasco que sufres mirando a las señales de 120 con resignación en la mirada y un “ojalá” en los labios.
*Por cierto, me
dirijo al que pita al final de la cola de coches: tío/a, en serio,
si no me muevo no es por capricho. Es porque el de delante del de
delante del de delante mío tampoco lo hace. Y si no lo hace, será
por algo. Con lo cual, hasta que la NASA o Mercedes inventen unas
alas de gaviota que sí vuelen, amigo, me voy a quedar tal cual por
mucho que pites.
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