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Follow En el nombre del karma

miércoles, 30 de mayo de 2012

El cuento de los sueños y la conspiración de las parejas


Mientras esperas a que ÉL aparezca (ver cuento anterior) pueden pasar varias cosas: que aparezcan sapos vestidos de príncipe azul y con ropa interior de desengaño, que vuelvas al pasado en tu propia versión del reciclaje mal entendido o bien, que te obsesiones con que pase algo...¡Y NO PASA NADA!
Y tú lo provocas, te esfuerzas hasta crear situaciones ridículas e incluso inventadas (¿quién no ha soñado nunca voluntariamente, quién?). Y con lo del sueño me refiero a aquel momento en el que todavía no has entrado ni en la R de la fase REM. Cuando todavía estás despierta y te empeñas en crear un escenario mental en el que aparecen por este orden:

  1. Roma / París / New York (sin turistas, frío ni olores varios).
  2. Tú, ideal, monísima (que evidentemente no eres tú, ya que tus defectos se perdieron entre la neblina onírica).
  3. Brad, Channing, Hugh, Mr. Northman, William Levy o Dr. Avery. Cualquiera de ellos. O todos, ya puestos...
A partir de aquí todo son canciones de Barry White y otros topicazos de la seducción, que, para qué nos vamos a engañar, si los hace Manolo el del 5º son ridículos pero ponte tú a criticar a uno de estos!
De pronto...alguien los aparta de un manotazo y aparece una señora vestida de rojo que va y te dice sonriente: ¡hola! ¡Soy tu menstruación!
¡Toma ya! Product placement hasta en los sueños provocados... que lo de colocar la Coca-cola en la mesa de Los Serrano está muy bien, pero ya tiene un tufillo a rancio y la publicidad es innovar, señores!
Dejando al margen la publicidad y que ni en mis ensoñaciones las cosas salgan bien, el tema es que cuando estás en modo espera activas todos tus sensores y, no se sabe por qué extraña razón, tu círculo de amistades de pronto toma como deporte nacional el tratar de emparejarte. Con quien sea. Y sin que tú se lo pidas.
De golpe todo el mundo tiene un amigo majísimo y solterísimo que casualmente ha venido a cenar hoy con el grupo y que “no” sabías que venía (y viceversa). Y notas la presión de todas las miradas en la nuca durante tanto rato que hasta colaboras por las molestias ocasionadas. Y muestras interés aunque sabes perfectamente desde el minuto 1 que él no está tan interesado en ti como en la amiga que le ha citado. ¡Pobre infeliz!
Es una situación incomodísima, esto de fingir que no sabes que el objetivo de la quedada es el que es. Pero aguantas con tu mejor cara de poker y con la idea de que quizás ganes un amigo.
Además, aprovechas cuando nadie te mira para recrearte en otra ensoñación (sádica) mientras te afilas las uñas y te relames pensando: ¡Ay cuando os quedéis solteros...!

jueves, 24 de mayo de 2012

El cuento del principio del amor y la estupidez repentina


He pensado en algo que no sé si es exclusivo de las mujeres o a ellos también les pasa. Nota mental: consultar al género masculino. La cuestión es que cuando una ha probado el cariño de una pareja, aunque sea en pequeñas dosis, llega un momento en el que se hace necesario volver a sentirlo cuanto antes. Y, cuidado mentes sucias, hablo del cariño sin eufemismos, sin referirme a otra cosa que al saber que hay alguien en casa que te espera, que te da un abrazo para ahuyentar los malos humos del día. Hablando en el lenguaje de los fans de Anatomía, tu PERSONA, tu roca del sexo opuesto.*
Durante un tiempo, ese rollo del auto conocerse y auto encontrarse está muy pero que muy bien. De hecho, creo que es muy positivo que durante tu juventud tengas un tiempo de estar sola, de aprender a buscarte la vida, a sacarte tú misma las castañas del fuego y convertirte en una persona adulta auto suficiente.
Pero...llega un día en el que se activa ese maldito reloj biológico. Ese mismo reloj que más adelante le dice a una cuando debe de dejar de asustarse de un bebé para dejar de dormir por él. Y, en esta ocasión, aparece con la alarma puesta para despertar una necesidad urgente de tener pareja de nuevo.
En ocasiones, esta alarma suele coincidir con la entrada en escena de...ÉL (o ella...). Un desconocido, un compañero de trabajo, un viejo amigo de la adolescencia que reaparece por azar (y que los años han mejorado, por cierto).
Es entonces cuando empieza la fase del tonteo, bonita y dolorosa a partes iguales, donde vuelves a tener 15 años y el auto conocimiento y el auto encuentro no valen de nada. Porque parece ser que la reacción química que se da en nuestro cerebro al generar el “amor” (ni Cupido ni Eros ni ná ¡viva el romanticismo de la neurobiología!) va en detrimento del pensamiento racional femenino.
Así que te obsesionas un poco, o mucho según el caso, y tu vida poco a poco se va acomodando a sus hábitos. Tú que te las dabas de independiente, de “a mi nadie me condiciona la vida”, empiezas a hacer cálculos espacio-temporales para encontrarte “casualmente” con él en lugares que se han convertido recientemente en sitios en los que siempre estás por ahí. ¿Qué raro que nunca antes te haya visto en este bar, no?
Pero ahí no acaba el juego...cuando te enteras (porque haces por enterarte) de que le encanta el rojo pasión, olvidas la tuya por los colores pastel y te disfrazas con un conjunto de ropa interior a juego con su coche. Y discretamente (o eso crees tú) asoma un tirante indecoroso en el momento preciso. Menos mal que los resquicios de dignidad que te quedan te impiden ir más allá, porque cuando tienes 15 años estas tonterías están bien vistas, pero con 30...
Todo para que al final él no coja las indirectas, aunque las mandes con dardos con GPS, y te diga un buen día: ¿no pensabas decírmelo nunca, tonta?

*Para aquellos/as que tenéis a vuestra “persona”, no esperéis a perderla para daros cuenta de lo que significa en vuestra vida y hacérselo saber.

lunes, 21 de mayo de 2012

El cuento de la isla y el coche volador


Como habitualmente, había preferido dormir 5 minutos más a ir con tiempo de sobras en coche hasta la estación. Nunca aprenderás...
Ya que el día anterior había hecho sentir mal a alguien (merecidamente) de buena mañana, el señor Karma decidió subir a mi coche de copiloto. Pensé que eran las típicas alucinaciones del despertar, pero el muy jodido insistió en quedarse allí, mirándome fijamente, con una sonrisa sádica que no auguraba naaaada bueno.
Y “eso” nada bueno empezó al minuto de arrancar el coche.
Situación: calle estrecha de un solo carril. Sin exagerar, siete mil vados para realizar una parada de carga y descarga y una furgoneta obstaculizando la vía (que diría la DGT). Asociada a la furgoneta, una Barbie transportes llevando cajas de una en una.
Me paro, la miro con un interrogante luminoso en la cara (¿Tienes para mucho?¿No había otro sitio?...). Me mira y me ignora. ¡Vaya, viva la educación! Ni un gesto, ni un “perdona es sólo un minutito”. NADA. Ojalá no encuentres a tu Ken ¡bruja!
Yo misma reprimo las ganas de utilizar el pito por varias razones, a saber:
a) Va a tardar un segundito, ten paciencia, odias profundamente el sonido del pito.
b) Si pitas, tardará el doble sólo por joder. Esto es ley.
c) la más importante ¿por qué este coche no tiene el puñetero pito donde todos? Ahí, en el volante, a mano y cómodo para descargar la ira... ¿qué malévolo diseñador decidió no ponerlo visible e indicado con una señal luminosa? (si está usted indignado, pulse AQUÍ).
Pues eso, que para cuando encuentras el simbolito de la bocina, Miss transportes ha terminado su tarea, se ha retocado el maquillaje en el retrovisor, se ha probado 3 combinaciones de vestidos que venían en la caja y ha arrancado la furgoneta.
Con alegría :) arrancas, giras en la primera calle para dirigirte a esa autovía que comunica con “La Ciudad” y te cambia la cara :( al ver que hay un gran atasco en la única carretera que comunica “Mi casa” con “ La Comarca” (donde se encuentra, por supuesto “La Ciudad”).
Creo que Frodo tardó menos en llegar a Mordor que yo al trabajo con la autovía cortada. Y es que, por aquellas maravillas de la geología y la planificación urbanística o de carreteras y caminos, mi pueblo es como una isla comunicada con el resto del mundo a través de un puente laaargo y propenso a los accidentes. Y en estos días de atasco a gran escala, llega un momento en el que llegas tan tarde a tu destino que ya no sabes si ir o volver. Pero te puede el orgullo (y que si no vas no te pagan) y dices con lágrimas en los ojos: como que me llamo ….......... - escriba su nombre en la línea de puntos – que yo hoy llego.
Y llegas. Con cara de mala leche y con la espalda contracturada de agarrar el volante muy fuerte por no desatar una crisis nerviosa colectiva con la bocina (ahora que ya la tienes localizada). *
Y cuando digo que llegas, es que llegas al pueblo que tiene tren. Porque claro, un pueblo en la montaña que nadie sabe exactamente dónde está, sí tiene estación, pero mi pueblo...¡mi pueblo no!
En fin que después de todo esto, llegas por fin al trabajo y después de solventar tu mayor urgencia (léase pipí), todo el mundo se dedica a preguntarte por enésima vez “¿y desde tan lejos vienes cada día?¿Y cuánto dices que tardas en llegar? Y tú te acuerdas de la Barbie, del del pito, del diseñador y del mismísimo Sauron. Pero como no te queda otra, pasas el día como puedes y, resignada, vuelves a coger el tren, y del tren a casita, no sin antes pillar otro bendito atasco que sufres mirando a las señales de 120 con resignación en la mirada y un “ojalá” en los labios.


*Por cierto, me dirijo al que pita al final de la cola de coches: tío/a, en serio, si no me muevo no es por capricho. Es porque el de delante del de delante del de delante mío tampoco lo hace. Y si no lo hace, será por algo. Con lo cual, hasta que la NASA o Mercedes inventen unas alas de gaviota que sí vuelen, amigo, me voy a quedar tal cual por mucho que pites.

sábado, 19 de mayo de 2012

El cuento de la bruja II


Después de mi victoria moral matutina (ver http://enelnombredelkarma.blogspot.com.es/2012/05/el-cuento-empieza-en-un-viaje-como-todo.html) el día no podía estropearse.
Parece que cuando la jornada comienza así no habrá nada ni nadie que pueda hacerte agachar la cabeza.
Un ex-compañero de trabajo, desde su madurez y desde la experiencia de haber pasado por algún que otro susto, me mandó el único mail en cadena que he leído al completo en mi vida. Era un mensaje muy optimista que invitaba a ver la parte positiva en cualquier situación, por ejemplo: si eres cojo, alégrate porque puedes caminar. ¡Buena filosofía, sí señor!
Pero su lección más importante no vino en este mail y fue la siguiente: no importa lo bien que empiece un día. Siempre habrá algún h*** ** **** a fastidiártelo (a jodértelo según la versión original). Así que, ya puestos, mejor que sea cuanto antes. Así tendrás el resto del día para recuperar el buen humor.
Pues bien, ese día, con mi hazaña en el tren fui la h*** ** **** de la buena mujer aunque ésta se lo mereciera. La historia terminó bien después de la pista americana que yo misma me había auto impuesto por un digno objetivo.
http://patritezanos.blogspot.com.es/2012/02/la-senora-demasiado-maquillada-que-fumo.html
Después de ver la cara que se le había quedado a la susodicha por mi cortesía, y antes de que empezara a echar espuma por la boca y a tener convulsiones, síntomas claros de una herida casi mortal en su orgullo, me levanté, recogí mi bolso y me tele transporté en un segundo a la otra punta del vagón. Las venganzas es lo que tienen; hay que estar preparada para asumir las consecuencias...
Hasta hace poco, mis protestas tenían argumentos, convicción y valentía. Pero...”pa' dentro”. Es decir, eran tan silenciosas que se invertían y se quedaban ahí, todas colocaditas bien adentro provocándome una úlcera palabra a palabra.
Así que pequeños actos como este significan una especie de catarsis liberadora, una depuración de, por lo menos, un mes de contenciones y una lengua sufrida que aguanta mordeduras hasta sangrar.
Pero las catarsis son algo excepcional y deben limitarse a una por mes. Al día siguiente, por tanto, no tocaba y tendría otra prueba de nervios nada más salir de casa.
Pero eso es otro cuento...

lunes, 14 de mayo de 2012

El cuento de la bruja I


El cuento empieza en un viaje, como todo en la vida. Un viaje rutinario, un día cualquiera.
Cada mañana, yo, la protagonista de este cuento, cojo el tren a la misma hora, con la misma gente. Llámame caprichosa si quieres, pero hoy he sentido la necesidad de modificar el plan que mantiene a cada una de esas personas cada mañana en su posición.
Vayamos al inicio: 7:53. Aparece el primer peón (la señora que estratégicamente y con poco amor coloca cada día su codo en mis costillas al acercarse el tren). Hoy, inexplicablemente, la máquina se ha detenido 50 cms antes y la jugada se ha complicado para la dependienta veterana de ciertos grandes almacenes. No he podido reprimir una sonrisilla de satisfacción por el triunfo casual e inesperado. ¡Qué mala me he sentido...pero qué orgullo!
Su cara se ha desencajado a cámara lenta mientras yo, giro a la derecha ras, y adelantándo a su codo por el arcén imaginario, maniobro para preparar la salida (vaya, la entrada al vagón).
La verdad, y que quede entre nosotros, es que me da igual subir antes o después al tren ya que una vez dentro mi capacidad de supervivencia no está muy fina que digamos...todavía estoy en la cama para detectar los escasos asientos libres que Renfe nos ofrece a mitad de la línea.
Pero esa no es la cuestión. El tema es que hoy he conseguido, gracias al azar, posicionarme en la pole de los andenes. He ganado a la señora con exceso de maquillaje (se podría catalogar su obra como un nuevo estilo a caballo entre el fauvismo y el expresionismo abstracto) y con exceso también de perfume con pretensiones de elegancia.
¡JA! Has perdido la partida. ¡Game over para tí! ¡85 a 1! Pero qué 1...
Pero mi venganza no ha quedado ahí...Con un cálculo sorprendentemente hábil de la situación espacio temporal consigo dejar paso a toooodos los pasajeros en potencia (convirtiéndoles en acto) antes de subir yo y de convertir a la señora también en acto. En concreto, en el acto de ser mi sombra enfurecida y mal disimulada.
De modo que, cuando noto que tengo detrás al ser en plena digievolución, y, antes de volver a tener una cita con su codo, decido subir las escaleras de acceso. Con la cabeza y la dignidad bien altas.
Una vez dentro, localizo un sitio vacío en el vagón rodeado de un aura blanca y música celestial. Corro. Peleo. Y lo consigo. Objetivo logrado a las 7.55.
La señora...me mira mal. La miro bien. Sonrío al ser mitológico que se ha situado en frente de mi periódico creando una cúpula de odio amenazante sobre mi.
Me mira mal. La miro bien. Sonrío de nuevo a la señora de H. Lecter y le suelto con mi mejor tono de niña buena: ¿Quiere usted sentarse?