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Follow En el nombre del karma

martes, 3 de abril de 2012

El cuento de la (in)comunicación

A propósito de  Jake Reilly


Cuenta la leyenda que hace muchos (¿muchos?) años, el hombre, y sobre todo la mujer, se comunicaban mediante sistemas rudimentarios evolucionados directamente de las pinturas en las cuevas y las señales de humo a distancia.
Dicen, aunque no sé si es completamente cierto, que utilizaban el papel y el bolígrafo y unos teléfonos primitivos cuya función era servir como medio para...¡hablar!
Y en esos tiempos se decían cosas como “cuelga ya, que luego la factura...” y corría de boca en boca el mito del “ha llamado ella” (SIEMPRE llamaba ella).
Luego, se cuenta que empezaron a aparecer unos proto-móviles que permitieron hacer llamadas a otros desde los lugares más recónditos de nuestras urbes. Las conversaciones se hicieron escuetas, directas y llenas de nuevas dudas existenciales que sólo tenían respuesta si el dios del saldo a precio de oro y la diosa de la cobertura así lo decidían. “Estoy en el súper” se decía... “¿Necesitamos leche?”continuaba... Querer leche o no querer, ya sabéis cómo sigue..,
Estos proto-móviles también generaron una mayor comunicación y un cambio radical en el lenguaje q cda vez staba + marcado x la econ. Ling, y d carctrs yaq llegó a Occidente el proverbio oriental del Si el mono de pulgares veloces escribe muy largo, el gran dios la estrella de la movi cobra doble.
Además, crearon una generación de nativos digitales que nacieron con el estigma de la impuntualidad apoyada en un sms de “llego en 5 min,” enviado desde el baño. El de casa, claro.
Una generación que consideraría su móvil como una prolongación natural de sus manos, de sus dedos atléticos y musculados. Que consideraría la comunicación como aquello que se da entre dos entes: él mismo y el mundo dentro de su smartphone. Las personas de alrededor, serían a partir de entonces ruido comunicativo.

Una de las mujeres que sólo había vivido la transición digital y, por tanto, tenía cierto recelo hacia las “maravillas” de las nuevas tecnologías móviles, tuvo que tomar una decisión.
Su zapatófono, como los nativos lo llamaban, ya no servía para hablar. En un accidente acuático, que no viene al caso, perdió la función de ser oído por lo que la comunicación como concepto dejó de ser viable: tristemente, la flechita que une E con R en el esquema se rompió a la altura del Medio y el Canal.
Entonces...se planteó el dilema, el debate: smartphone sí, smartphone no.
No quería ser asocial, no quería tener dolor en sus ya ancianas articulaciones, no quería cambiar su tiempo de lectura o inspiración por jugar a derribar cerdos con pájaros cabreados (¿?), no quería vender la vida en analógico con café por un retweet ocasional de un famoso.
Se habían dado casos atroces de seres digitales abducidos por una pantalla de Iphone y de los que nunca más se supo. Quedaron petrificados, con la mirada vacía y las manos frías después de haber descargado su primera aplicación. Ya nunca más pudieron salir y ésto asustaba a la mujer de la transición.
Cuando trataban de captarla ella decía: A mi todavía me gusta mirar a los ojos cuando hablo con alguien y que éste me mire de forma continua no entre WhatsApp y tweet. Si a mi me da igual en qué restaurante estás cenando con tu amiga, a quien no conozco ni quiero, a ti también te dará igual si se me escapa un gas en Lima o tengo un affaire en Berlín. Llamadme idealista, llamadme ilusa, pero yo...yo...yo creo que google maps en el móvil es súper útil y ya que me cambio de teléfono, pues, pues...
Pues que a la mujer de la transición le pudo la presión social y esas pantallas táctiles y llenas de colorines que hubiesen encantado a aquellos que pintaban en sus cuevas. Dejó de ser la amiga “cara” pero en secreto, y como forma de rebelión, escribía historias y leyendas en una libreta con una autentica reliquia llamada BIC.



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